¿Qué podemos aprender de 1982? – Blog Momentum México

¿Qué podemos aprender de 1982?

Las recientes preocupaciones por una crisis de la deuda nos remonta naturalmente a buscar comparativos con el escenario de 1982. Es posible argumentar que las condiciones no son las mismas, pero las consecuencias si podrían ser las mismas. Es por eso que reflexionar sobre lo ocurrido nos puede ayudar a defendernos mejor en el presente y evitar los mismos errores del pasado.

Los motivos del endeudamiento en 1982 fueron muy diferentes a los actuales. En 1982, la gran mayoría de las economías emergentes habían emprendido un modelo de industrialización por sustitución de importaciones. Este modelo era restrictivo al libre comercio, al libre tipo de cambio y al libre flujo de capitales, por estos motivos y otros, el método de financiamiento preferido era mediante reservas bancarias que, por simplificar, reciclaban el dinero dentro de la economía.

Este modelo, por malas prácticas políticas, corrupción y por su inevitable circularidad estaba trabajando a marchas forzadas a finales de la década de los 70 para sostener las grandes empresas estatales y el nivel de gasto publico que tenían como intención dirigir el crecimiento económico desde el centro. Para ese entonces, los países buscaron alternativas de financiamiento y como los mercados financieros en las naciones emergentes eran precarios, naturalmente se acudió al endeudamiento externo.

Para darnos una idea de la magnitud de la situación en 1982, Citibank tenía préstamos a países latinoamericanos que representaban un 174% de su capital, Bank of America 154% y Manufacturers Hanover 77% únicamente en préstamos a Brasil. El destino de los recursos fue igual de determinante. Dentro de las empresas paraestatales, la necesidad de recursos para adquirir bienes de capital y tecnología fueron un reflejo de los problemas estructurales que el modelo anterior buscó resolver, pero que nunca pudo.

En el caso de México, se debe de sumar a esta dependencia el destino de los dólares que entraban a nuestro país por la venta de petróleo. Nunca pudimos disfrutar de los beneficios íntegros de los ingresos petroleros porque la gran mayoría de ellos se uso para el pago de los servicios de la deuda.

La alta inflación en Estados Unidos y la decisión radical del mandamás de la Reserva Federal, Paul Volcker, desencadenarían una serie de eventos que evidenciarían la insostenible situación financiera en gran parte del mundo emergente que se encontraba sostenida por alfileres. Al aumentar las tasas y obligar a los bancos comerciales a aumentar las provisiones causó una violenta restricción en la oferta de créditos y un aumento en las tasas internacionales para evitar la fuga de capitales. 

Posteriormente, la administración de Ronald Regan intentaría contrarrestar los efectos drásticos de la política anterior que había causado recesión y transformaría a los Estados Unidos en un paraíso para los grandes capitales que abandonaron a los antes lucrativos mercados emergentes por la seguridad americana.

México daría la primer señal de alerta al declarar su incapacidad de cumplir con sus obligaciones. La cantidad de reservas internacionales era bajísima y nos invita a pensar sobre el trabajo del Fondo Monetario Internacional, ¿por qué darían su beneplacito a esos niveles de endeudamiento cuando los países se encontraban tan mal parados? 

En el caso de México, esta situación se empareja con el populismo voraz de José López Portillo. La devaluación del peso, la incautación de los depósitos privados en dólares y la nacionalización de la banca serían decisiones que pagaríamos por mucho tiempo. La confianza totalmente perdida tuvo como consecuencia natural la fuga de capitales y nos pondría en una situación complicada y se recurrió al único medio libremente disponible para financiar el gasto público: la monetización del déficit público. 

En la actualidad, la emergencia de la deuda se debe a un choque externo causado por la pandemia no por el agotamiento de un modelo económico. Además vivimos un periodo de excepcional inflación baja a nivel global y dinero barato. Es por eso que los niveles de deuda actuales son manejables para la gran mayoría de los países, también contamos con mejores políticas de control desde los bancos privados, instituciones financieras internacionales y agencias calificadoras.

A pesar de las posibles señales de optimismo que nos podrían indicar que no nos dirigimos hacia una situación similar a la de 1982, la latencia de la inflación y la serie de políticas monetarias que acarrearía debe preocuparnos. Esto podría desencadenar una reacción internacional de impago si, además, la crisis por el coronavirus se alarga por más de lo previsto.

En específico, para México, aún es temprano para conocer los costos y beneficios de la aversión de López Obrador por la deuda externa, si hubiera sido mejor endeudarnos para enfrentar de mejor manera la crisis o nos ahorro de un episodio de estrés. Además, mientras el Banco de México mantenga su independencia podemos estar tranquilos que no habrá una monetización del gasto público, en ese sentido no hay paralelismo con el populismo de López Portillo.

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