La respuesta exacta aún no la podemos conocer; pero si hay algo en lo que todos los pronósticos respecto al futuro de la industria del turismo concuerdan es que el golpe económico será especialmente duro, discrepan en cuanto a la magnitud y es que la recuperación de los próximos meses o años depende, en gran medida, de factores o condiciones fuera de su control, lo cual aumenta la incertidumbre y dificulta hacer proyecciones precisas sobre el regreso de los viajeros y aventureros a todos los rincones del mundo.

La ocupación hotelera en Cancún no superará el 30% este verano, en Acapulco se han observado ocupaciones del 0% por primera vez en la historia, el aeropuerto de Cancún al igual que el de la Ciudad de México operan con flujos de pasajeros que no llega ni a la tercera parte del flujo habitual. Ante estos escenarios, analistas de la industria y ejecutivos esperan una recuperación completa hasta el año 2023.
Muchas de las cosas que han ayudado a otras industrias a resistir los abates del coronavirus y que inclusive les han ayudado a emprender el camino hacia la modernización tecnológica no son aplicables a la industria del turismo. Es cierto que se pueden conocer museos o ruinas virtualmente, pasear por ciudades o aprender de otras culturas de manera remota, pero para muchos, el fin de viajar es precisamente una experiencia inmersiva y romper la rutina.
Esta limitación presencial que sufre el turismo en general también vuelve fundamentalmente vulnerables a los empleos en el sector que, por si fuera poco, es de las más intensivas en capital humano. Y no solo son los empleados y empresarios, ciudades enteras y países en gran medida dependen de la derrama económica que representa el turismo y de la entrada de divisas que traen consigo los turistas.
La industria también depende de las medidas que se le impongan, cuántos clientes atender a la vez, cuánta gente puede viajar en un avión, cuántos países aceptaran turistas y un sinnúmero de preguntas a las que el sector no tiene respuesta y se encuentra a merced de lo que se decida desde las instituciones de salud, en el mejor de los casos, sino es que en las oficinas de personas que basan sus decisiones en cálculos meramente políticos.
Para los individuos, dos elementos podrían influenciar su disposición a viajar una vez comiencen a levantarse las restricciones impuestas a vuelos internacionales y al contacto en general: el primero es que su situación económica no le permita el lujo de viajar y la segunda es que se auto-restrinja por miedo a contagiarse.
Respecto a la primera es evidente que la recesión global golpeará los bolsillos de millones de potenciales turistas que tendrán que esperar a que su economía se recupere junto a la del resto y, respecto a la segunda, es probable que las normas de distanciamiento social sean adoptadas voluntariamente por gran parte de la población y por ende prefieran evitar viajes y multitudes.
Por otro lado, muchos analistas opinan que justamente después del confinamiento, las personas estarán ávidas de nuevas experiencias, así como de salir de sus hogares y tomar unas vacaciones aprovechándose de ofertas tentadoras y destinos sin la saturación normal de turistas. Este comportamiento comienza a ser evidente en las ciudades en China como Beijing y Shanghai que empiezan a ver crecer la ocupación en los hoteles y en las que los restaurantes y tiendas recuperan poco a poco un flujo similar al habitual, dentro de lo que las normas de distanciamiento permiten.
A grandes rasgos, el futuro de la industria es sumamente incierto y las señales que debemos observar en relación con una posible recuperación son: la duración de la pandemia, las restricciones que se le impongan a los viajeros y su comportamiento una vez termine el encierro; pero debemos recalcar que el panorama no es completamente desalentador, ya que varios de los sitios turísticos más populares llevaban años de desgaste excesivo por las hordas de turistas que los acaparaban, por lo que un pequeño descanso puede hacer que sea posible restaurarlos y regenerarse como son los casos de Machu Pichu y Ankor Wat.